Había una vez un joven que vivía en nuestro
vecindario llamado Jimmy, que fue acogido por ser un chico seguro y
divertido; pero su boca frecuentemente lo solía meter en varios
problemas, y nunca aprendía la lección. Cuando la gente
le preguntaba por su conducta y sus bromas, él siempre sonreía, y
decía, “La honestidad es la mejor política, al menos ellos no me ocultan
nada mí, ni yo les oculto nada a ellos”.
Un día, uno de los chicos
que se enfadaba constantemente por las bromas pesadas de Jimmy reunió a
un grupo de amigos suyos a los que tampoco les agradaba Jimmy, y lo
acorralaron en el laboratorio de ciencias.
Brett, el cabecilla del
grupo, le dijo mientras lo miraba con su cara amenazadora: “Tu boca te
metió en esto… recuérdalo”. Cogió un bote de ácido sulfúrico de un
estante del laboratorio y se lo arrojó en la cara. Se le quedaron viendo
mientras Jimmy gritaba de dolor y el ácido derretía lentamente su cara,
antes de mofarse de él y salir corriendo fingiendo estar alarmados y
buscando ayuda.
Cuando la ambulancia llegó y atendieron a Jimmy, el
director preguntó al resto de los adolescentes si sabían lo que pasó.
Brett explicó que pasaron por el salón y vieron a Jimmy merodear por la
sala del laboratorio, y que, para el momento en que entraron, ya estaba
en ese estado. Los otros miembros del grupo se unieron y respaldaron a
Brett con otros datos falsos; Jimmy trató de protestar, pero su terrible
agonía lo mantuvo callado. El director asintió y dijo que iba a hablar
con ellos después de que escuchase la versión de Jimmy, una vez que le
dieran de alta.
Pasaron los días y Jimmy permaneció en la unidad de
cuidados intensivos. Los médicos se esforzaban por salvar lo poco que
quedaba de su rostro; su visión seguía intacta en uno de sus ojos y su
mandíbula seguía resistiendo a pesar de la pérdida de carne. Aún era
incapaz de hablar, sólo se quedaba sentado en la camilla del hospital
todo el día, mirando al techo con sus ojos sin pestañear, inyectados en
sangre y llenos de resentimiento.
Cuando salió del hospital, tiempo
después, nunca respondía a lo que se le decía con otra cosa que la
palabra “mentirosos”. Su vida social se esfumó por completo; incapaz de
sonreír o incluso de hacer una broma inocente, se recluyó en su
habitación y comenzó a planear. Pensamientos vengativos y enfermizos
empezaron a irrumpir en su mente, se vengaría de todos, uno por uno, los
diezmaría, los cortaría en rodajas y quemaría sus restos. Esperó
pacientemente hasta que el grupo fuese vulnerable, por la noche, cuando
se despidieran entre sí y cada uno partiera a su casa. Entonces
atacaría.
Ese fin de semana, Brett recibió un paquete por
correo. Curioso, lo abrió y encontró una cinta de video que tenía
escritas las palabras “Para ti” en la parte frontal. La colocó en el
reproductor y se puso a verla.
Era un video casero grabado por
alguien desconocido que no habló en lo absoluto durante toda la
película. En el inicio, la cámara apuntaba a la fecha de un periódico,
era de ayer. Mientras la cámara se alejaba, se podía ver que estaba en
un sótano. En medio de la sala colgaba una bombilla que iluminaba una
parte del cuarto, y debajo de ella, delante de la cámara, con sus manos
sobre las rodillas, se encontraba uno de los amigos de Brett. Estaba
desnudo, con una venda sucia alrededor de su cara y una mordaza en su
boca. Su cuerpo estaba cubierto de sangre, quemaduras desagradables,
moretones y cortes.
El camarógrafo retiró la mordaza de la boca del
niño llorando y éste le suplicó de inmediato que lo llevara a casa: “Por
favor, POR FAVOR déjame ir… yo… ¡hice lo que querías! Oh Dios… Jesse,
Mike, Keith… ¡Tú me has hecho un puto carnicero! Sólo… me quiero ir a
casa… por favor”, repetía una y otra y otra vez, balanceándose de atrás
hacia adelante.
Las piernas de Brett comenzaron a temblar y sintió
la bilis en su estómago, podía ver los cuerpos quemados y mutilados en
el fondo del cuarto. Los cuerpos de sus amigos.
El camarógrafo se
acercó a la barbilla del chico y la levantó, alentándolo a ponerse de
pie. Luego, lo puso de espaldas a la cámara. Tenía una herida más grande
que las anteriores, formando la palabra “MENTIROSOS”. El camarógrafo se
lo llevó hacia una puerta fuera de la pantalla y la cámara se apagó…
Cuando se inició de nuevo, ya no estaban en la casa, estaban en las
afueras de un bosque espeso cubierto por una densa capa de nieve, y ya
no parecía ser el mismo hombre el que sostenía la cámara. Era el amigo
de Brett, que temblaba y murmuraba algo mientras sostenía la cámara por
30 segundos, apuntando en dirección a unos árboles en la distancia.
Se escucharon pisadas acercándose. El niño empezó a gritar y llorar en
lo que el sonido de las pisadas sobre la nieve se hacía audible desde
aparentemente todos los ángulos.
Se detuvo.
Él se volteó
rápidamente encontrándose con la cara destrozada de Jimmy; un terrible
alarido estalló por los parlantes y la palabra “MENTIROSOS” apareció
antes de que la cinta se interrumpiera abruptamente.
Brett sentía
que se iba a desmayar. Aseguró la puerta de su entrada, sabiendo lo que
le esperaba. Justo al voltearse para salir corriendo, chocó con algo y
cayó de espaldas contra el suelo.
De golpe, sintió cómo el ácido era
derramado lentamente sobre su cara. Lo último que llegó a ver y
escuchar fue la palabra “mentirosos”, y la cara de Jimmy, deformándose
en una sonrisa enfermiza…
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